Hablemos de Pepita Jimenez de Juan Valera

A pesar de que nos encontramos en la época realista y naturalista, Juan Valera nunca se consideró dentro de este grupo, de hecho lo negaba con rotundidad. Pepita Jiménez es una obra que tiene muchas características de estos movimietos, como su formato novelesco, pero tampoco llega a tener la descripción extenuante de otras novelas estrictamente realistas. 

Esta es otra de esas obras que nos muestra la parte más castiza de España y la diferencias entre la gran urbe y los pueblos. Ya dije con anterioridad que adoraba este tipo de historias y esta no es una excepción.


Nos encontramos ante una novela dividida en tres partes, dos de ellas en formato epistolar (cartas) y otra redactada como novela. Además juega con la técnica del manuscrito encontrado, ya que el editor hace pequeña anotaciones. Primero indicando como encontró estos manuscritos, a quién cree que pertenecen y haciendo pequeñas anotaciones antes de cada apartado. Hay que ir con ojo, porque aunque Juan Valera, el supuesto editor, nos diga al principio que las cartas son de un tal Deán, a lo largo de la obra te das cuenta de que nos ha mentido y la mayoría no le pertenece.

Respecto a la trama en si, gira principalmente entorno a Don Luis, un joven que quiere tomar los voto para ser cura y ha pasado su vida en un seminario, y Pepita Jiménez, una joven viuda con la que se quiere casar el padre de Don Luis, pero ella prefiere al hijo.

La primera parte son cartas que escribe Luis a su tío, el Deán, que está en el seminario y es quién le ha instruido para ser cura. Luis ha ido a visitar a su padre al pueblo y le cuenta a su tio como es su vida allí: las cosntumbres, las visitas, la gente que conoce, lo mucho que le gustan las huertas y, sobre todo, le habla de Pepita Jiménez. 


Al pricipio nos presenta su fascinación como simple curiosidad por la chica que le interesa a su padre y porque todo el mundo habla de ella. Luego la conoce y no para de alabar lo veata y buena cristiana que es. Y después empiea a interesarse de una manera poco santa, con un amor más carnal que espiritual, y se empieza a cuestionar toda su educación y su devoción (vamos, que tiene una crisis de fe en toda regla porque se enamora)

La mitad de los personajes ya saben que Don Luis está enamorado y el lector también. Incluso Pepita, que se supone que debería mostrar interés por el padre, pero no para de lanzar indirectas (o más bien directas, pero Luis es muy cortito para pillarlas). 


"—Ese algo más —replicó Pepita— no es sentimiento propio de quien va a ser sacerdote tan pronto; pero sí lo es de un joven de veintidós años." 

Le dice ella en cierto momento de la obra, pero tedremos que seguir avanzando más para que Don Luis acepte de verdad sus sentimientos.

Al final de las cartas Luis explica que se va a marchar porque no soporta más estar cerca de ella, ya que considera sus sentimientos impropios de un cura. Y lo son, pero es que él no quiere ser cura de verdad, solo que no conoce nada más. Sin embargo, en la segunda parte, más novelesca, nos cuenta qué pasó en los cincos días entre que Luis manda la carta y la noche de San Juan, muy importante en la literatura.

En esta parte nos muestran a una Pepita mucho más devastada que al principio. Está furiosa y decepcionada porque no ha conseguido que el chico que la gusta esté con ella (las desilusiones amorosas deben ser lo peor), pero de pronto vuelve a aparecer Don Luis para despedirse y, después de una gran pelea, tenemos nuestro final feliz. 

Relmente todos los personajes han conspirado para que acabarn juntos. El Deán, tras leer las cartas, avisó a padre, que se lo tomó mejor que cualquier padre de la literatura y empezó un complot con la criada de Pepita para que los jóvenes acabaran juntos. 

Algunas de las características que podemos ver en esta obra del realismo son las grandes descripciones, el determinismo de los personajes y la referencias a las literatura renacentista. 

Las descriciones son más extensas que en los libros de épocas anteriores, pero aún no se desarrollan tanto como en el pleno realismo o en otras obras leídas como Los pazos de Ulloa. El detreminismo de los personajes está marcado por su herencia genética y su entorno, algo que apreciamos muy bien en Don Luis, que quiere ser cura porque su tío es cura y se ha criado entre curas (¿cómo va a plantearse otra cosa si nunca ha salido de allí?).

Finalmente, las referncias a la literatura renacentista son principalmente tópicos como la Donna Angelicata para formar la imagen de Pepita. Se supone que están en un pueblo perdido de Andalucía, pero Pepita es rubia, de tez clara con las mejillas sonrojadas, amable pero recatada, con las manos muy cuidadas... Es la decripción de una obra de Botichelli, no de una aldeana andaluza. 


"Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higeras y otros árboles, y forman los valladosla zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.
Es portentosa la multitud de pajaillos que alegran estos campos y alamedas.
Yo estoy encantado con las huertas, y todas las tardes me paseo por ellas un par de horas"

Este fragmento es un ejemplo de la descripción idealizada del campo, otra característica renaentista que hace Luis en sus cartas, al que todo le parece fascinante porque viene de la ciudad. Era un recursos clásica que utilizaba Garcilaso para sus poemas y Valera lo recupera en esta obra.

Este libro me ha gustado mucho y me alegra que por fin tenga un final feliz, porque estaba un poco cansada de los amores trágicos y de los padres negligentes que había leido en las anteriores obras. Sí, la vida no es siempre de color de rosas, pero a veces las cosas pueden salir bien y darnos un final que nos alegre el día.

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